miércoles, 25 de noviembre de 2009

“La artesanía no quiere durar milenios, ni está poseída por la prisa de morir pronto. Transcurre con los días, fluye con nosotros, se desgasta poco a poco, no busca la muerte ni la niega: la acepta. Entre el tiempo sin tiempo del museo y el tiempo acelerado de la técnica, la artesanía es el latido de tiempo humano. Es un objeto útil pero también hermoso; un objeto que dura, pero que se acaba y se resigna a acabarse; un objeto que no es único como la obra de arte y que puede ser reemplazado por otro objeto parecido pero no idéntico. La artesanía nos enseña a morir y así nos enseña a vivir”.

octavio paz


cuento del enano artesano

Había una vez en el bosque un enanito artesano que hacía pequeñas espadas como él. Las cosas que hacía, más las espaditas, eran una pesada carga cuando debía dejar las cabañas que le alquilaban los enanos propietarios. últimamente se había enamorado (era un enano enamoradizo) de una enanita que quería vivir en otra comarca. Así lo hicieron arrastrando pesadamente objetos y espaditas. Como ni la nueva comarca ni la enanita mostraron mucho afecto, al poco tiempo el enano regresó a su vieja comarca dejando atrás sus queridas espaditas. Buscó a sus amigos enanos pero nada era igual. Todos se habían alejado o vivían en otros bosques. El enano se quedó solo y todo el cariño que él sentía por la enana y sus amigos enanos estuvo libre y se lo dedicó a las espaditas. Quiso la fortuna que en estos días varios queridos enanos se encargaran de hacerle llegar sus espaditas de la lejana comarca que había dejado. Éstas, que eran leales, amaban a su progenitor. Ya no había ni una seta que comer. El enano estaba flaco como una hoja de pino y una vez más le pidieron que desalojara su cabaña. Las espaditas, con sus tibios aceites en las fundas, se sintieron mal. Decidieron reunirse esa noche mientras el enano dormía y al amanecer salieron en "puntitas de funda", atravesaron el bosque -que a esa hora es muy azul- caminaron y caminaron una tras otra en fila y, finalmente, llegaron al gran poblado enano. Allí hechizaron a una enana mercader que decidió colaborar con ellas.

Cuando el sol calentaba, el enano despertó y se extrañó al notar la ausencia de sus espaditas. No tuvo tiempo de sentirse triste y entregarse a la autocompasión -cosa que le encantaba practicar- porque justamente en ese momento apareció el antipático enano propietario y lo echó a la calle, es decir al bosque.

Pasó mucho, pero mucho tiempo, y el enano se convirtió en un vagabundo. Conoció nuevos y hermosos bosques, aprendió a no tener hambre cuando no tenía comida y que la vida sin hacer espaditas era más interesante de lo que pensaba. Aprendió también otras cosas.

Un día llegó hasta una casita muy bella, casi escondida entre soberbios cedros -que eran azules naturalmente. El enano, que por la sorpresa estaba con la boca abierta, con ganas ya de cerrarla, no pudo hacerlo porque se acercó hasta él en ese momento una enanita preciosa: rubia y de ojos verdes, ligeramente gordita y con unos pechitos muy lindos -todo lo que a él le gustaba en materia de enanas. Tras saludarlo graciosamente le preguntó si era el enano que había hecho ciertas espaditas. Cuando quedó claro que así era, le dijo que ella estaba esperándolo, pues esa casa y esos cedros eran para él. Y en el acto se enamoraron y vivieron muy felices muchísimos años en la casita bajo los cedros azules.

En fin, no creo que las cosas sean así, pero a algunos de nosotros nos encantan los cuentos.

Para mí, simplemente es la comprensión de un apego más. Hay algo desconocido que apenas comienza a percibirse.... que lo disfruten......


Los cuchillos que hoy presento poseen una fuerza muy especial que los hace vivir, Cada cuchillo es una parte de mis sentidos que ligados en el tiempo recorren la huella de esos sueños del cuchillo que creia ser y que hoy se materializa en mi mano....


El objeto artesanal satisface una necesidad no menos imperiosa que la sed y el hambre: la necesidad de recrearnos con las cosas que vemos y tocamos, cualesquiera que sean sus usos diarios.



octavio paz